miércoles, 8 de febrero de 2012

Oh lalà.



Soñaba con llevarle en una moto roja de las antiguas, recorriendo las encantadoras calles de París. Pararnos embelesados en los escaparates de las pastelerías, probar todos los fotomatones de la ciudad. Taparle los ojos, subirla a la Torre Eiffel a media noche. Perdernos en las corrientes del Sena, tumbados en una pequeña barquita, lejos del mundo, enfrascados en nuestros labios, en nuestras propias ideas, en un " Je t'aime" o un "J'ai envie de toi".

A veces me quedaba mudo antes sus ojos felinos, casi dorados. Ella, sonreía. Me abrazaba y era entonces cuando me susurraba al oído, con su mágica voz quebrada, casi como un ruego, un sollozo, un lamento, pero a la vez alegre y lleno de ilusión. Su secreto: "Quiero ser luciérnaga". Y lo cierto es que ya lo eras mi pequeña Jacqueline, tú eras la única luz capaz de alumbrarme el camino en la espesa oscuridad de mis noches.

Sentirle junto a mi pecho, respirar de su aliento, perderme en la fragancia de su pelo, era todo un lujo, una maravilla, pero lo mejor de todo era despertar y verte a mi lado, ver que no eras un sueño, saber que podía seguir contando contigo.

"Buongiorno principessa"

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