lunes, 31 de enero de 2011

Rutina.





Rutina es su nombre y similar a un yoyó consigue enredarme, un día me tiene arriba en un pedestal y al día siguiente me lanza por los aires y me deja caer desde lo más alto.
Rutina devora y perfora, como una borrachera que marea, cuesta arriba, empinada, trituradora de talones, exprimidora de energía.
Rutina hipnotiza y te atrapa cual mariposa en red, rutina es tiempo enlazado día tras día, rutina es gris y sin sentimiento.
Rutina es insípida y predecible, aburrida y espirada.
Rutina es su nombre, el nombre de una verdadera pesadilla.

¿Qué tal unos besos para picar?







"Podía hallar en aquellos labios una vida entera.
Cada surco en ellos mostraban los bajones, los nervios, el desenfreno, cada vez que se los había mordido para mantener la compostura.
La piel muerta que dejaron los besos marchitos y sin vida, aquellos besos de estrategia inigualable, pero sin sentimiento alguno, aquellos que le supieron a alcohol barato.
Por cada calada el humo se impregnaba en ellos y los besos había dejado una porción de su aroma en ellos y en su alma, y nunca más podrían borrarse.
Cicatrices ya invisibles, de odio, yagas que mostraban la lujuria de cientos de mordiscos apasionados que deseaban arrancarle la vida en ellos.
Todos estaba marcado en sus labios.

Ahora sabían a lágrimas, como últimamente.
Pero los que de verdad le sabían buenos, los que realmente necesitaba en aquel momento y siempre había necesitado eran los besos que nunca pudo dar, porque no fue el momento, por miedo o porque no fueron correspondidos.
Besos que no estaban sellados en sus labios pero que le pesaban enormemente en el alma con un significado especial.

Aquellos eran los buenos besos que ella siempre había deseado, los suyos, besos que le alimentaban la vida en cada sorbo, besos por los que daría la vida entera."

domingo, 23 de enero de 2011

Dora.





Dora.
Le fascinaba el pensar que siempre había más.
Inconformista y soñadora.
Le gustaba imaginar que su vida realmente no era tan pésima como ella la veía.
Creaba en su mente un bonito futuro, mientras rebañaba con los dedos los últimos restos de chocolate en la cazuela.
Adoraba el chocolate.
Podía saber con exactitud que pasaría mañana, al menos eso creía.
Pero ella estaba segura siempre de lo que iba a pasarle.
Lo bueno de esto, de su gran ignorancia, eran las sorpresas posteriores que le daba la vida.
Y muchas veces eran buenas.
A Dora le encantaban las sorpresas.
Aunque normalmente era demasiado pesimista.
Pero aquel día se sentía bien consigo misma.
Salía con prisa de cualquier lugar, de uns compras de última hora.
Saltaba con gran agilidad las rayas de los pasos de cebra, como todas las mañanas.
Se sabía con los ojos cerrados cada paso a dar para no pisar las líneas del suelo.
Le aburría tanta montonía, tanto charlar de uno y de otro, de comentar la vida de los demás.
De chocar por no mirar, por puro accidente.
De ir a las 7 al parque, pintar el mismo árbol, deprimirse por las mismas cosas y volver a las 9.
Ducharse, comer y dormir.
Como siempre.
Pero algo falló hoy.
Tal prisa llevaba que algún coche pitó, giró la cabeza y... piso, pisó una línea del suelo, una de las líneas prohibidas.
Tenía tal práctica desde hace años que se sorprendió, clavó la vista al suelo y lo dejó todo para odiar unos segundos aquella línea.
Pero olvidó por completo que estaba en medio de la ciudad, y sin comerlo ni pensarlo, alguién con prisa también, chocó con ella.
Un chico, no mayor que ella, con pinta de despreocupado se levantó del porrazo y la recogió del suelo.

- ¿Estás bien?
- Sí, sí, no te preocupes.
- Lo siento muchísimo, ¿puedo hacer algo por ti?
-Ya lo has echo. Me has dado la sorpresa del día. No sabes como deseaba tropezar con alguien como tú un día como hoy.

El muchacho se quedó expectante, creyendo que era una broma y pusó sus ojos interrogantes en los de ella.
Dora le respondió con una grata sonrisa. En seguida le invadió una buena idea, pegó un brinco y rápidamente se sacó una pluma de la manga.
Cojió el ticket de la última tienda en la que estuvo y anotó algo por detrás.

El muchacho, anonadado, no salía de su asombro, no podía para la vista en otro sitio que no fuera el brillo de sus ojos, la agilidad, la ligereza, la magia con que se movía aquella chica.

-En serio, ¿puedo hacer algo por tí?

Dora, esbozó una sonrisa y se relamió la última gota del chocolate de esta mañana que había dejado en sus labios, para más tarde volver a saborearlo.

-¡Sí, claro!

Cojió el ticket y lo metió rápidamente en el bolsillo del chico.

Este, intrigado, metió la mano tan pronto como pudo y leyó:

"Volveré a tropezarme contigo, tenlo por seguro :) "

Se giró, pero Dora ya estaba demasiado lejos para escucharle, casi al final de la calle, pegando saltitos, esquivando las líneas del suelo, deseando volver a equivocarse,
para que por error, cualquier otro día, volviera a tropezarse con él.

Fragmentos.




















"Tecleó en mi corazón las tres últimas notas, dándome a saber que me amaba.
Sonaron roncas, huecas de todo lo que yo habría deseado de una persona.
Sonaron sinceras, pero tristes y desgarradas. Me acarició el rostro tiernamente.
Le miré a los ojos.Y no eran. No eran los ojos a los que yo era adicta. Le miré y sentí de nuevo aquella punzada. Deseé no estar allí. De hecho no lo estaba. Estaba, en el fondo, frente a él. Frente mi verdadero amor.
Deseé qué el escuchara el ave ronca que graznaba dentro de mi. Ronca de amarle, de llorar en las últimas madrugadas.

Le imaginé frente a mí. Y le besé, creyendo que estaba besando a mi verdadero ángel.
Dos lágrimas enormes rodaron por mis mejillas.
Miré entonces de nuevo sus ojos.
Y no eran de aquel azul que a mi me perdía.
Era de un verde marino.
Verde agua turbia.
Agua que me estaba ahogando."