sábado, 30 de julio de 2011

Lince.


El era pájaro, yo pez. El era lince, yo su tigresa. El era pluma, yo era su viento. Lo conocí un caluroso verano en las playas de California. Por aquel entonces yo dejé de creer en las personas, dejé de creer en todo. El amor era para mi una droga pasajera que te enganchaba, te enfermaba y tras reventarte por dentro, después de mucho, se iba. Y yo prefería tirarme desde un acantilado antes que volver a probar esa mierda. Pero para nada era infeliz. Ni iba a volver a serlo. Sentía que el mundo entero me llamaba. Tenía que recorrer paisajes, fotografiarlo todo, bañarme en cada uno de los mares existentes, escalar las más altas cumbres y ensordecerme con el barullo de todas las ciudades posibles.

Yo acababa de pasar el día haciendo fotos por la costa de California cuando terminaba de comerme un helado de dulce de leche por la orilla de la playa y me apeteció congelar aquella puesta de sol. Saqué mi cámara y enfoqué.
Allí estaba, detrás de mi objetivo, muy a lo lejos. Había poca luz pero era la suficiente como para que siguiera bebiéndose aquel libro con los ojos. Tirado en la arena, los últimos rayos del día doraban su piel sobre las dunas.

Le vi y me quedé momificada. Era profundamente atractivo. Su barba y su pelo despeinado, casi de náufrago le daba un toque muy exótico y bohemio. De no ser por aquella fina camisa desabrochada que le cubría la espalda podría haber llegado semimuerto a aquella orilla. bajo las olas del mar.

Sentí una profunda atracción por conocerle, pero me vi incapaz. De repente, me sentí inquieta e impotente. Quería desenvolver la capa de magia que cubría a aquel ser único. Pero no..no pude.

Tiré mis cosas al suelo y no me apeteció otra cosa que darme un baño. El sol de aquella tarde parecía querer absorver mi mirada con una energía casi ancestral. Metí los pies en la orilla y poco a poco continué andando hasta el fondo, hasta llegar a un momento en el que el agua me tapara por completo. Permanecí unos segundos de pie, bajo el agua, con los ojos cerrados y la mente en blanco. Aquello era paz. Aguardé unos segundos más antes de que el aire de mis pulmones se extinguiera y saqué la cabeza a la superficie. Le vi. Seguía allí, inmóvil bajo la sombra. Suspiré y volví a sumergirme. Avancé unos metros bajo el agua aproximandome hacia la orilla. Tenía la insana costumbre de abrir los ojos bajo el agua. Entonces fue cuando vi una figura submarina aproximándose a mi velozmente. Aquel ser me impactó y consiguió asustarme por un momento y salí inmediatamente a la superficie. Él también salió. Porque era él. Inexplicablemente tardó 4 segundos y medio en lanzarse al agua y localizarme. Me quedé frente a él exhausta aún por la impresión. Él imitó mi postura salvo que totalmente relajado. Me miró de una forma de esas con las que sólo te miran una vez en la vida. Aquellos ojos color caramelo me hicieron sentir cómo si mi tripa fuera una enorme pecera llena de peces que nadaban inquietos dentro de mi.

Se acercó a mí frente a frente, y a medida que se acercaba su respiración se iba entrecortando. Pegó su frente y su nariz con mis respectivas y siguió mirándome de la misma forma. De una forma que si ni siquiera me atrevía a tragar saliva. Se separó y me acarició las mejillas con el lateral de su cara, aproximándose a mi oído. Entonces, muy muy bajito, me susurro:

-¿Donde has estado tú todo este tiempo?







Pronfudamente inspirada en Johnny Deep. TQD.