miércoles, 25 de mayo de 2011

Corazón radioactivo.


No tenía nombre, simplemente no deseaba tenerlo.



Nunca se sintió alguien en la vida así que tampoco le importaba demasiado ser diferente.
Porque lo era.
Tenía el corazón más débil del mundo.
Por no decir que no tenía.

Había sido una y mil veces la primera para todos.
Adolescentes malcriados y caprichosos dispuestos a todo por llegar al éxtasis.
Había probado de todo y todo le sabía a nada.
Amó hasta la saciedad, hasta quedarse ciega, hasta sentir que estaba vacía.
El poco amor que le quedaba se lo dio a ellos.

Y lo único que hicieron fue romperle tropecientas veces más el corazón.
Y lo dejaron peor de lo que siempre estuvo.

Estaba enferma.
Su corazón ya de por sí lo estaba, desde el primer día que comenzó a latir.

Estaba predestinada a morir así, un día, todo se iría al garete, todo, absolutamente todo se acabaría.
Por eso lo hizo.
La vida para ella eran segundos que se le escapaban entre los dedos.
Vivía exhausta todo el tiempo, continuamente, y poco le importaba.

Corrió, salto, creyó llorar de felicidad, pero no lo hizo.
Su mente vivía en continua borrachera infinita.
Poquito a poco se engañaba a sí misma. Creaba una locura que nunca existió.
Nunca estuvo loca, pero ella quería estarlo, quería exprimir lo poco que le quedaba y beberse todo el jugo.

Pero su corazón no daba a basto.
Y cada vez más, le costaba correr, sonreir, le costaba respirar.
Comenzó a desmayarse de aquí para allá.

La gente no la aguantaba, nadie aguanta a una persona con problemas psicológicos.
Ella no los tenía.
Pero quería tenerlos.
Quería ver más allá de su aburrida realidad.
Estudiantes borrachos que la llevaban de un sitio a otro en alguna que otra moto robada eran para ella príncipes que cabalgaban sobre majestuosos unicornios.
Qué más daba la de ostias que se metieran, un conductor que pitaba encabronado tras otro porrazo más siempre sería una lucha, un dragón dispuesto a capturar a la joven princesa o un ogro hambriento.

Vivía en su mundo.
Y lo hacía queriendo.
Qué más da que estuviera loca.
A ellos eso le gustaba, compartían noches de borrachera y lo realmente importante, ella les saciaba
más que cualquier porro.

Era la amante perfecta en todos los sentidos.
Nació para ello.
Para ser degustada,para ser utilizada como los maquillajes de prueba.

No tenía a nadie, nunca supo de donde vino.
Y nunca le importó.

Siempre encontró un hueco húmedo, una cama sin hacer donde caer literalmente muerta.
Encontrar a un chico cualquiera que le desgastara los labios a besos y le desgarrara la espalda le resultaba demasiado fácil.


Pero ya no daba más de sí.
No podía desplazarse.
Estaba demasiado débil para ir de un sitio a otro ofreciendo cariño sintético.

No sabía donde ir.
Dejó de comer, de beber.

Era un cadáver viviente, un pequeño zombie esquelético.
Muchos la vieron durmiendo tras los contenedores de la central nuclear.
Tal vez muerta.

Nadie supo el momento exacto en que murió, ni nadie se molestó en averiguarlo.
Ni ella misma se dió cuenta.
Solo supo que durmió y durmió sin final alguno.
Amaneceres, atardeceres, noches enteras, lunas llenas, lunas nuevas y menguantes... pero la niña no despertaba tras aquellos contenedores.

Fueron días extraños, la gente pasaba y miraba el supuesto cadáver.
La angustia les traspasaba las venas y no sentían el valor de hacer nada, solo de cubrirse el rostro
y procurar no volver a pasar por allí.

La niña creyó descomponerse, sentir su propio olor a podrido.
Sintió el desgaste en sus pulmones, la obra maestra que crearon cientos de caladas, bocanadas de humo que nunca le supieron bien.
Pero a ella le gustó fumar.
Sentirse importante, hacer aritos de humo.
Creer ser una hechicera, una pequeña bruja que podía crear en el aire lo que ella quisiera.
Y si no fumaba era una estrecha.
Y nunca se sabe donde podría encontrar a su hombre perfecto, el único que podría devolverle la capacidad de degustar la vida,
sentir el amor rebosando por los poros de su piel, dejar que el brillo de la felicidad se acumulara en sus pupilas.
Pero no llegó a encontrarlo.

Que más da cómo y donde muriera, ella ya estaba muerta en vida y sabía que tarde o temprano caería en redondo.
No pudo más.

Su vida fue una borrachera infinita, sí, pero nunca llegó a su día final, nunca la resaca podría con ella.

Y nunca fue así.
Aquella noche los contenedores olían especialente mal.
Un sonido desgarrador habitaba dentro de su estómago.
Necesitaba comer algo, necesitaba beber.

Al percatarse de que podía oler la basura podrida se dió cuenta a la vez de que seguía viva.
Y seguía allí.

Saltó los alambrados de la central, sus ropas quedaron desgarradas.
Encontró una cartera bajo los mostradores de las tiendas, casi a las seis de la mañana después de vagar toda la noche en busca de algo de comida.
Entró al primer burguer y se relamió del gusto.

Se relamió del gusto, sí.
Aquella comida le gustaba.
La había saboreado.
Un hamburgurguesa de 5 euros le había llenado el estómago.
Y el alma.
Había dejado un regusto delicioso en sus labios.

Algo no iva como siempre.
Aquel día tenía ganas de todo.
Y lo cierto es que la suerte estaba de su parte.
Una mujer de unos cuarenta y pocos se compadeció de ella al verla por la calle.
Fue una de las muchas personas que la vieron entre la vida y la muerte tras aquellos contenedores.
Le confesó que no pudo dormir las tres noches siguientes.
No tuvo el valor de acudir a ayudarla.
Nadie lo hizo.
Y ahora quería hacer todo lo posible por saldar su deuda.
Le dió de comer, le dió un par de cajas llenas de ropa vieja de su hija mayor
y le encontró trabajo en el mismo burguer donde había comido la noche anterior, para que se ganara la vida allí durante un tiempo.

La niña sintió que su vida cobraba sentido.
Su vida.

Pero no entendía por qué seguía viva.
Una noche sintió un cosquilleo dentro de su pecho y este consiguió desvelarle.
Aquella noche dormía placidamente en un campo de girasoles.
Se levantó confusa y vio como un monton de luciérnagas giraban a su alrededor.
Algo las había traido hasta allí.
Era ella.
Su corazón semimuerto ahora vivía de alguna manera.
Y brillaba, desprendía un color verde fluorescente dentro de su pecho.
Le gustó.
Le gustó que una lucecita pequeña bombeara pura magia por sus venas.
Le gustó tener su propio brillo en aquellas noches tan oscuras.
Le gustó aquel cosquilleo que sentía en cada palpitante segundo de la vida de su pequeño corazón.
Oh sí, como le gustaba.
Sentía que la palabra MAGIA ahora era parte de ella.
Ella era la magia personificada, algo sobrenatural no quiso que su vida acabara tan pronto.


Sintió que tenía algo por lo que luchar.
Algo que solo podía crear ella.
Debía propagar su magia por el mundo.

Con dos cajas de ropa vieja a cuestas y mucha ilusión la niña del corazón radioactivo se pasó días pensando que hacer con ese montón de tela.

Tal era su capacidad de imaginación que poco tardó en sacarle partido y creo un taller de teatro precioso.
Cientos de niños ivan a verla a la plaza de aquel pueblo costero en las noches que podían quedarse tarde jugando.

Y lo cierto es que tubo mucho éxito, los pequeños quedaban embelesados con cada una de sus historias y aunque la gente
se maravillaba e insistía con darle dinero, ella se conformaba con ver la felicidad y la risa en la cara de aquellos niños.

Pasó meses ofreciendo y contando miles de historias a un público tremendamente agradecido.

Pero la niña del corazón radioativo no era feliz del todo.
Soñaba con ser libélula, volar como polvo de hadas y viajar por todo el mundo.

Y llegó el día perfecto.
Un día muy ventoso la niña del corazón radioactivo decidió ir a la playa a emprender vuelo.
Se hizo una capa muy bonita con el resto de tela que le había sobrado y jugó durante toda la noche a imitar a las luciérnagas,
a intentar ser una de ellas, a volar como ellas desprendiendo aquel brillo tan bonito.

Y lo cierto es que creyó conseguirlo.
Como disfrutó esa noche.
Rió a carcajadas, como nunca lo había echo.
Ella sola, no le hizo falta nadie.

Al llegar al final de unas rocas encontró una cabaña oscura.
Le dió miedo acercarse pero oyó una música muy bonita que salía de ella y corrió a curiosear un poco.
Pero allí no se veía nada.

Así que siguió danzando y creyendo volar en aquella orilla, al compás de la melodía.
La música cesó, pero seguía sonando en su gramófono mental y no podía parar lo pies.
Un jovén muchacho despeinado y con unas ropas descuidadas, de unos diecisite años salió de la cabaña a contemplar a aquella hermosa criatura danzante.
Tenía forma de muchacha, pero brillaba como si de una enorme luciérnaga se tratase.

-¿Quién eres?
-No lo sé ¿y tú?- contestó la niña sin poder contener la risa.
- Soy Darek, vivo aquí.
-¿Como puedes vivir aquí solo y a oscuras?
- Se me han cabado las cerillas y no puedo hacer una hoguera esta noche así que me he quedado en compañía de mi vieja guitarra.
- Puedo quedarme a dormir si quieres contigo, con mi brillo no te harán falta cerillas.
-De acuerdo entonces, hace tiempo que necesito buena compañia.


La niña y Darek se hicieron buenos amigos.
Pasaron toda la noche cantando y bailando a la orilla del mar.

A la mañana siguiente la niña sintió que era el momento de partir pero le dió lástima dejar a Darek solo entre aquellas sábanas sucias
y llenas de arena.

Recorrió media ciudad para llevarle el desayuno de su vida con el dinero que había ganado en el taller de teatro.
Huevos fritos con beicon, cuanto hacía que no saboreaba un desayuno así.

Comieron los dos, agazapados entre las rocas y al terminar Darek no pudo contener más aquel sentimiento dentro de su pecho.

-No quiero que te vallas.
-¿Por qué?
-Me siento muy solo.
-No puedo ofrecerte más que el pequeño brillo que desprende mi corazón.
-Es todo lo que necesito. Llevo toda mi vida solo, viviendo a duras penas de lo poco que gano con mi música.
Nunca he amado a nadie y tu en una sola noche has conseguido alumbrar mis frías noches.
Eres la criatura más bella que han visto mis ojos y no puedo dejar que te vayas.
No ahora.

-Pero...

Antes de que ella pudiera excusarse Darek la tomó suavemente de la barbilla y le dio un calido beso en los labios.
Miles de luciérnagas vibraron en el interior del corazón de la niña revoloteando felices.
Qué mas da lo que fuese aquel sentimiento, fuera amor o no aquel joven había conseguido que se sintiera realizada como persona.
Y ahora tenía un destino, una ilusión.

Desde aquella mañana nublada Darek y la niña del corazón radiactivo no volvieron a separarse.
Crearon muchas más historias al son de la música de la vieja guitarra de Darek y volvieron a montar el taller de teatro juntos, con un montón
de personajes nuevos y mucha ilusión por repartir.

No importaba lo poco que tenían, uno saciaba al otro a base de besos y de un cariño que ninguno de los dos había recibido en toda su vida.

Solo las olas del mar presenciaron aquellas noches a la luz de aquel corazón nuevo y vibrante que ahora latía emocionado, incandescente.
Darek le daba exactamente todo lo que necesitaba en la cantidad exacta.

Sintió y deseó ser humana, ahora empezaba realmente a sentirse así.
Humana,enamorada.
Ansiosa por descubrir nuevas sensaciones de la mano de Darek.
Deseó que el fuera el primero en su vida, para todo.

Y lo fue.
Fue su primer y último amor.
El único chico que consiguió que el corazón de aquella criatura brillara con más fuerza que nunca.
El único que verdaderamente la llevó al séptimo cielo con un solo beso, el único que verdaderamente le hizo el amor y la hizo sentirse
una persona completa en cuerpo y alma.

Aprendieron el uno del otro,
y se propusieron enseñar a la gente que la magia estaba en cualquier sitio, en el rincón más sucio y oscuro o en el lugar más bello de la tierra

Darek y la niña del corazón radiactivo recorrieron mundo con su compañía de teatro a la que finalmente llamaron "Fireflies" y se convirtió en la única compañia del mundo
que ofrecía al publico unas maravillosas historias de fantasía en noches de luna llena, con la única iluminación de la luna y el destello de un montón de luciérnagas
que siempre ivan tras la pequeña carroza de la compañía.

La única en el mundo que volvió a hacer creer a los niños en la verdadera magia, y lo que es mejor, la única que consiguió devolverles la ilusión de vivir a miles de adultos,ahora liberados de la horrible
telaraña de monotomía que vivían día a día en un mundo lleno de humos grises, fracasos y estrés, un mundo que ahora, gracias a esta compañía empezó a ser un poco mejor.