Soy,
y como fui, seré y seguiré siendo,
una suicida sin causa,
ese árbol que no llegó a dar frutos,
la mota que cegó al que ya estaba ciego (metafóricamente),
el llanto que el recién venido debió dar (en teoría)
y no dio,
porque quizás se negara a ser parte de este mundo,
el cual está más muerto que el propio cadáver que dejó en tierra
como testimonio de su rebeldía.
Y es que tan solo el color morado en su cuerpo
es el único lenguaje que llegó a conocer,
y no es muy distinto el mensaje
cuando ese púrpura se refleja en sus mejillas,
bajo tres gruesas capas de maquillaje
y una sonrisa rota,
como la de mamá cuando te ofrece galletas recién hechas,
como yacen las marcas de la noche anterior que dejaste en su rostro,
y en su alma.
Y es que quizás sea cierto que lo oscuro me atraiga
o que en los poemas de Baudelaire haya encontrado mi musa,
pues hoy confieso que le encuentro más atractivo a la palabra del loco,
al silencio del niño autista,
que dice más en sus ojos que un político en sus mentiras.
Pues en la mente de un psicópata
no me importaría encontrar mi propio refugio
más de una noche en vela,
porque tal vez mi alma sea oscura,
y si es que de almas va la cosa,
puede que incluso carezca de ella.