martes, 19 de noviembre de 2013

El lenguaje del alma púrpura.





Soy,
y como fui, seré y seguiré siendo,
una suicida sin causa,
ese árbol que no llegó a dar frutos,
la mota que cegó al que ya estaba ciego (metafóricamente),
el llanto que el recién venido debió dar (en teoría)
y no dio,
porque quizás se negara a ser parte de este mundo,
el cual está más muerto que el propio cadáver que dejó en tierra
como testimonio de su rebeldía.

Y es que tan solo el color morado en su cuerpo
es el único lenguaje que llegó a conocer,
y no es muy distinto el mensaje
cuando ese púrpura se refleja en sus mejillas,
bajo tres gruesas capas de maquillaje
y una sonrisa rota,
como la de mamá cuando te ofrece galletas recién hechas,
como yacen las marcas de la noche anterior que dejaste en su rostro,
y en su alma.

Y es que quizás sea cierto que lo oscuro me atraiga
o que en los poemas de Baudelaire haya encontrado mi musa,
pues hoy confieso que le encuentro más atractivo a la palabra del loco,
al silencio del niño autista,
que dice más en sus ojos que un político en sus mentiras.

Pues en la mente de un psicópata
no me importaría encontrar mi propio refugio
más de una noche en vela,
porque tal vez mi alma sea oscura,
y si es que de almas va la cosa,
puede que incluso carezca de ella.

Tragedia.






Tragedia le llamaban,
porque Tragedia era su nombre,
en su rostro se leían los guiones de teatro rotos,
en sus párpados, los telones que caían silenciosos,
la ausencia de los aplausos,
casi como en un entierro,
pues el arte estaba de luto,
y los amarillos ropajes de los actores,
ya descoloridos,
que caminan cabizbajos y melancólicos
decepcionados, frustrados,
pues el silencio es su condena.

Por las palabras que una vez dijeron,
y que nunca estuvieron escritas en libreto alguno,
por los tropiezos en el escenario de ésta truncada obra,
que es la vida,
y sin vida, quedaron cada uno de ellos,
por callar lo que nunca fue dicho,
y hubo de serlo.
Porque esto somos, teatro,
un conjunto de máscaras soñolientas
con un poco de colorete de adorno.

Tragedia soñó,
que su obra sería mundialmente reconocida,
decía,
y estaba segura de ello,
y es que en la tristeza del llanto escrito,
también se encuentra la dulzura, la belleza de una lágrima,
un quejido.

Mas nadie encontró esa belleza en su adorada tragedia,
y tras un puñal de plástico que "traspasa" su pecho en la obra,
tras una mancha de pintura roja que brota veloz bajo su apenas desabotonada camisa,
el silencio como juez,
y el telón que cae, imparable,
agotando finalmente un tiempo que irremediablemente, ya se ha ido.

Nadie aplaude,
y tan solo por eso,
en su pecho ya nada late,
su propia sangre se mezcla con la pintura en la delicada seda,
el actor muere en el acto,certero, irreparable.

Tragedia,
quién iba a decirte que representabas tu propia obra,
que te estabas dando a tí misma la muerte,
¿quién, Tragedia?

Nadie.
Pues en este silencio, ya nada cabe.