domingo, 23 de enero de 2011

Dora.





Dora.
Le fascinaba el pensar que siempre había más.
Inconformista y soñadora.
Le gustaba imaginar que su vida realmente no era tan pésima como ella la veía.
Creaba en su mente un bonito futuro, mientras rebañaba con los dedos los últimos restos de chocolate en la cazuela.
Adoraba el chocolate.
Podía saber con exactitud que pasaría mañana, al menos eso creía.
Pero ella estaba segura siempre de lo que iba a pasarle.
Lo bueno de esto, de su gran ignorancia, eran las sorpresas posteriores que le daba la vida.
Y muchas veces eran buenas.
A Dora le encantaban las sorpresas.
Aunque normalmente era demasiado pesimista.
Pero aquel día se sentía bien consigo misma.
Salía con prisa de cualquier lugar, de uns compras de última hora.
Saltaba con gran agilidad las rayas de los pasos de cebra, como todas las mañanas.
Se sabía con los ojos cerrados cada paso a dar para no pisar las líneas del suelo.
Le aburría tanta montonía, tanto charlar de uno y de otro, de comentar la vida de los demás.
De chocar por no mirar, por puro accidente.
De ir a las 7 al parque, pintar el mismo árbol, deprimirse por las mismas cosas y volver a las 9.
Ducharse, comer y dormir.
Como siempre.
Pero algo falló hoy.
Tal prisa llevaba que algún coche pitó, giró la cabeza y... piso, pisó una línea del suelo, una de las líneas prohibidas.
Tenía tal práctica desde hace años que se sorprendió, clavó la vista al suelo y lo dejó todo para odiar unos segundos aquella línea.
Pero olvidó por completo que estaba en medio de la ciudad, y sin comerlo ni pensarlo, alguién con prisa también, chocó con ella.
Un chico, no mayor que ella, con pinta de despreocupado se levantó del porrazo y la recogió del suelo.

- ¿Estás bien?
- Sí, sí, no te preocupes.
- Lo siento muchísimo, ¿puedo hacer algo por ti?
-Ya lo has echo. Me has dado la sorpresa del día. No sabes como deseaba tropezar con alguien como tú un día como hoy.

El muchacho se quedó expectante, creyendo que era una broma y pusó sus ojos interrogantes en los de ella.
Dora le respondió con una grata sonrisa. En seguida le invadió una buena idea, pegó un brinco y rápidamente se sacó una pluma de la manga.
Cojió el ticket de la última tienda en la que estuvo y anotó algo por detrás.

El muchacho, anonadado, no salía de su asombro, no podía para la vista en otro sitio que no fuera el brillo de sus ojos, la agilidad, la ligereza, la magia con que se movía aquella chica.

-En serio, ¿puedo hacer algo por tí?

Dora, esbozó una sonrisa y se relamió la última gota del chocolate de esta mañana que había dejado en sus labios, para más tarde volver a saborearlo.

-¡Sí, claro!

Cojió el ticket y lo metió rápidamente en el bolsillo del chico.

Este, intrigado, metió la mano tan pronto como pudo y leyó:

"Volveré a tropezarme contigo, tenlo por seguro :) "

Se giró, pero Dora ya estaba demasiado lejos para escucharle, casi al final de la calle, pegando saltitos, esquivando las líneas del suelo, deseando volver a equivocarse,
para que por error, cualquier otro día, volviera a tropezarse con él.

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