domingo, 13 de mayo de 2012



Penumbra en la habitación. El seco ruido de tus pies bajo las sábanas. La música sigue sonando, con un eco melancólico. Todo da vueltas. Me sume en un estado delirante y agotador. La cama huele a pasión desgastada. La voz de la turbia melodía suena ronca. Me giro sobre mi misma y te miro. Te revuelvo el pelo. Rozo mi nariz con la tuya. El mareo me viene de nuevo. Me río bajito, cual demente. Te beso las suenes. Me descuelgo de ti. Saco los pies de la cama, rauda, con una energía inhumana que de repente brota dentro de mi. Te vuelves y me atrapas entre tus brazos, salvaje. clandestinamente. Me tomas en ellos, cual capullo en flor. Me vuelves a enredar en ti, formando en torno a mi un pequeño refugio de seda con la sábanas. Me hueles el pelo. Me besas el cuello. Tu mano izquierda traza un pequeño trayecto que comienza desde mis muslos hasta la nunca.

Hambriento, inspiras mi esencia paulatinamente. Me dejas vacía. Y a la vez atrapada en un enorme frenesí que me vuelca el corazón.

Eterno. Si tuviera tiempo, si éste fuera mío, pararía el mundo y me quedaría encerrada en este recuerdo. Contigo. En esta cama. La única que ha sigo testigo de nuestro yo sediento. Nuestro yo macabro. Inconformista.

Aún es temprano para levantarse.

"Nunca será eterno" -me digo.

Me bebo tu cuerpo en este particular desayuno mío. Intento disfrutarlo en cada sorbo. Disfrutar de lo poco que nos queda. Libres y jóvenes. ¿Por cuánto tiempo? Calla, estúpido cerebro. Bésame otra vez. Ay, amor. Maldita dulzura la tuya. Ahora que intentaba desengancharme de ti, vuelves a endulzarme las mañanas.

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